Se cumplen 25 años de la legendaria vuelta al mundo a vela en solitario de Toni Nicolau

El navegante del Club Nàutic Sa Ràpita regresó, tal día como hoy pero hace 25 años, concretamente el 25 de mayo de 1997 a bordo de su velero ‘Encís’ tras un año circunnavegando el planeta en solitario y viviendo por el camino todo tipo de aventuras.

Toni Nicolau tenía ya una hija de año y medio y un trabajo estable como graduado social cuando, a los 33 años, decidió dar la vuelta al mundo a vela en solitario. El 25 de mayo de 1997, hace justo 25 años, regresó al Club Nàutic Sa Ràpita (CNR) a bordo de su velero ‘Encís’ tras un año circunnavegando el planeta y viviendo por el camino todo tipo de aventuras. 

“El precio que pagué fue muy alto, perderme crecer a mi hija durante un año. Pero lo volvería a hacer”, sentencia sin dudar. “Al navegar tanto tiempo solo, desconectas completamente del mundo y llevas una vida contemplativa. Te dedicas a observar y disfrutar de todo lo que te envuelve y a reflexionar. Solo echaba de menos estar acompañado cuando veía un atardecer espectacular, o llegaba a una isla preciosa, y me pesaba no poder compartir esa felicidad con nadie”, asegura.

Además de lidiar con la soledad, navegar en solitario implica no poder dormir nunca ocho horas seguidas. “Dormía en tandas de un máximo de dos horas y me despertaba para asegurarme de que todo estuviera en su sitio. Mientras todo funciona correctamente, ese ritmo se lleva muy bien. Pero cuando hay problemas, averías en el barco, temporales,... entonces todo se complica y apenas puedes dormir ni comer, y eso es muy peligroso, porque no tienes fuerzas para navegar”. Según su experiencia, “cuando pasas 72 horas sin dormir, no te puedes sentar, porque te duermes. Y, aún de pie, tienes que irte pinchando la rodilla con un objeto punzante para mantenerte despierto”.

El viaje supuso un gran crecimiento personal para Nicolau. “Volví conociéndome mejor y sabiendo cómo reacciono ante situaciones límite”, asegura. A lo largo de su aventura, pasó por varios momentos muy complicados, como un temporal de cinco días en el Atlántico que acabó tumbando el barco 90 grados, o la pérdida del timón en pleno Pacífico. En Bali se acercó un barco lleno de hombres con pasamontañas. “Resulta que allí es común entre los pescadores llevar esta prenda, pero me llevé un susto de muerte”, explica. Y en Australia, los efectos secundarios de unas pastillas para prevenir la malaria, sumados al sueño acumulado de dos días, lo dejaron tumbado e incapaz de levantarse. “Estaba en el Estrecho de Torres, que es un laberinto de islas donde es muy fácil chocar. Logré alcanzar un poco de chocolate para comérmelo y coger fuerzas para llegar hasta el timón y cambiar el rumbo”, recuerda. 

Cualquiera diría que, después de semanas navegando en solitario, Nicolau estaría deseando hablar con alguien al llegar a puerto. Todo lo contrario. “Cuando llegaba a algún lugar, tenía que ir a hacer los papeles al puerto, pero después, intentaba irme a la isla más remota y solitaria que hubiera a seguir disfrutando de la soledad, siempre buscando el lugar más salvaje, ignoto y alejado de la civilización”, narra.

Incluso, “la última noche del viaje la pasé durmiendo en Cabrera, solo. No le dije a nadie dónde estaba para que no vinieran a recibirme. Quería saborear una última noche en un lugar que es muy especial para mí, y hacer balance de todas las sensaciones vividas”, señala. Llegó al Club Nàutic Sa Ràpita un sábado y el lunes ya estaba de vuelta en el trabajo, encerrado en un despacho. “La adaptación fue fácil, tenía la satisfacción de haber cumplido mi sueño”, remacha.